martes, 5 de mayo de 2009

Seguro Alexia, seguro que podremos hacerlo

Sonia había dejado toda su ropa esparcida por la habitación como ya era habitual en ella. Jana no podía con su desorden, compartir ese espacio pequeño y destartalado con vistas a una carretera secundaria se complicaba ante su dejadez e indolencia. Recogió del suelo algunas prendas de ropa interior barata que Sonia había descartado para esa noche. Las aparto a puntapiés debajo de la cama de su compañera, miró el reloj y pensó con ironía que ya estaría abajo en la sala del club buscando algún cliente, o bien hablando con su acento sureño sobre su mal carácter, como solía hacer cuando Jana no estaba.

Su forma de ser que tanto criticaban no había influido en la cantidad de clientes que la solicitaban, Jana tenía sus más o menos fijos que no la cuestionaban, sólo buscaban calmar su instinto con una mujer a la que por instantes creían suya, no les importaba su frialdad, más bien al contrario sabía que les intrigaba, que deseaban afrontar el reto de complacerla, de hacerla suya más allá de su cuerpo. Pero nada más lejos de la realidad. Podrían poseer su cuerpo, pero había aprendido a ser la dueña de sus pensamientos, de sus inquietudes, de sus anhelos. Eso nadie podría arrebatárselo.

Al bajar las escaleras de forma precipitada se cruzó con Alexia, la miró de forma rápida pero pudo ver un velo de lágrimas de nuevo en sus ojos, ni siquiera respondió al saludo en su lengua materna. Tenía que hacer algo para salir de ahí, tenía que llevársela lejos, muy lejos. Alexia no quería volver a su país, se negaba rotundamente, demasiados malos recuerdos y una familia que de hecho no existía. En tan sólo 17 años había llevado una vida desgarrada por todos los tipos de miserias humanas envueltas en los vicios y la ira que provoca la pobreza y la frustración. Sin embargo a Jana no le importaría volver, pero tenía la certeza de que su pasado estaba muerto y que las posibilidades de vivir con dignidad eran pocas, sus estudios de arte no le servirían para nada. Se sentía como una partícula pequeña y desorientada dentro de un mundo frío y despiadado; tan frío como se estaba haciendo su corazón. Volverlo a descubrirlo, o simplemente pensarlo de nuevo le hacía sentir una profunda angustia ante la certeza de saberse en un lugar cruel que le iba a otorgar pocas posibilidades de salir de ese círculo al que parecía condenada; en esos momentos de tristeza y de ceguera que sufría a menudo, sólo le consolaba pensar en salvar a Alexia.

Era ella quien le empujaba cada día a bajar esas escaleras y sumergirse en un mundo que aborrecía, que día a día le hacía sentirse como una presa enfurecida. Luego iría a hablar con ella, la animaría, pensarían en su huida, charlarían bajo las sábanas y mientras su mente anhelaba ese momento se adentró como cada noche en la densa nube de humo de la sala. Ahora tenía que trabajar, tan sólo deseaba que esa noche los clientes fueran invisibles, que no le pidieran nada, que no conversaran, que no le lloriquearan.

Llegó al salón donde Sonia ya estaba ambientada con un cliente conocido, le pasaba su grueso brazo por encima del cuello y mantenía las piernas entreabiertas como invitando a la proximidad de un contacto. Seguro que caerá pensó medio riéndose Jana mientras se alejaba. En la barra Antonio le guiñó un ojo, simulando un silbido. No quería los alabos de Antonio, hoy no, el llanto de Alexia le había partido el alma. Antonio limpiaba los vasos de los carmines que iban quedando impregnados, y tarareaba alguna canción cubana. Bailaba salsa mientras movía el paño entre las bocas de los cristales. Jana se dirigió al centro de la sala, aquella noche había elegido un vestido negro ceñido, más bien corto, que dejaba entrever lo que realmente podía presumir, unas piernas esbeltas y bien formadas. También sabía que llamaba la atención de los clientes su melena rubia y larga, y sus pechos pequeños pero tersos.

Se sentó sola en una mesa, pronto vendría Manuel para comprobar su negocio, le quedaba poco de soledad, se fumaría un cigarrillo y contemplaría desde cerca la colección de desconocidos que aquella noche podrían buscarla. No podía hundirse, lo tenía que hacer por Alexia, pero el decorado del club, su ambiente, sus propias compañeras todo absolutamente todo le repugnaba. Aquel color rojizo pasado de moda que pintaba todo el ambiente de la sala, los sofás de plástico, partidos y algunos con agujeros, las cortinas de un color desconocido y ese suelo impregnado de todos los vicios que normalmente frenaba los pasos, hacían muy difícil mantener un estado de ánimo distante de todo y de todos.

Sabían que la consideraban rara, que le recriminaban que no quisiera relacionarse con sus compañeras; era cierto, sinceramente no le interesaba sus vidas ni las la de los clientes tampoco, eran todas ellas una suma de problemas que lo único que conseguía eran debilitarla en su empeño. Su corazón se iba blindando contra todo y los sentimientos se perdían en la memoria. En ese momento trabajaban regularmente seis en el club, sólo hablaba con Alexia, y con Sonia intercambiaba frases cortas mucha de las veces sin llegar a entender su español. Cada historia era un reguero de desgarros familiares, caminos de sufrimiento y engaños que las habían arrancado de sus países, líneas entre la vida y la muerte lenta de cada día, embriagadas de drogas o alcohol. Ella había sido una historia más de engaño, drogas, violaciones, y autodestrucción, pero tuvo la suerte de darse cuenta a tiempo y Alexia se convirtió en el motor y en el coraje para mantenerse al margen. Ahora Jana debía estar alerta, tener los cinco sentidos despiertos, la cabeza fría y seguir con su plan.

Tenía previsto todos los detalles de su huida, había calculado que necesitaría trabajar tres meses más, y cuantos más clientes cada noche mejor. Tendría que salvar la vigilancia de Antonio, quien durante todo el día permanecía en el club registrando habitaciones cuando menos lo esperaban, cualquier pista o movimiento de inmediato era contado a Manuel. A él si que le temía, había presenciado bastantes arranques de ira con algunas de sus compañeras, sabía que guardaba un arma y que mantenía una buena relación con agentes de la policía que merodeaban por el club, imponiendo la ley de los frustrados, la de los líderes corruptos.

Mantenía con Manuel una relación distante. Sabía que la consideraba trabajadora, y por supuesto inexpugnable y extraña. A Manuel no le importaba Jana, estaba demasiado obsesionado por Alexia, a quien cada noche acudía. Ignoraba con frialdad sus continuas quejas, sus gritos en silencio cuando Manuel traspasaba el umbral de su habitación, simplemente se había encaprichado de sus ojos turquesas y su piel blanca y perfecta. Alexia le silenciaba lo que sucedía en aquella habitación donde tenía el privilegio de no compartir llantos con otra compañera. Manuel la quería para él. Se preguntaba qué habría pasado durante el día para que esa noche Alexia subiera llorando por la escalera.

Entró Manuel con sus amigos de la policía, entre ellos distinguió a Nacho, sobresalía de los demás por su estatura y corpulencia. Manuel quedaba pequeño y enjunto frente a su corpulencia. Nacho la miró de soslayo, Jana se levantó con rapidez, necesitaba hablar con él, saber cómo iba la tramitación de toda la documentación que le iba a hacer falta. Le había prometido en muchas noches de sexo consentido que la iba a ayudar a salir de ahí. Pero la mirada de Nacho esa noche era esquiva, rodeaba a Manuel, como el resto de sus colegas y parecía divertido con las bromas que unos a otras se lanzaban, mientras cada uno de ellos ya se había apoderado de algún miembro cuanto más lascivo mejor de las chicas del club. Nacho estaba solo, todavía no había elegido, seguro que estaba esperándola.

Se acercó a él, y con movimientos sigilosos y sensuales se acomodó en la mesa que habían cercado entre todos sus compañeros. Las copas corrían rápidamente, los brazos, las manos se confundían mientras algunos de ellos se desplazaban entre los muslos o lo pechos de las chicas. Nacho estaba ausente, Jana le acarició el pelo y el se apartó. Lo miró fijamente y le susurró que necesitaba estar a solas con él, le urgía hacerle suyo, lo deseaba. Le cogió de la mano y subieron juntos las escaleras mientras Jana lo besaba y le mordisqueaba como sabía que a él le gustaba. Primero lo haría de ella, lo violaría si fuera necesario, y luego le preguntaría si algo iba mal, porque intuía que eso era le que pasaba.

Nacho cayó rendido después del sexo, como siempre era un amante especialmente poco complaciente para a Jana, pero esas cuestiones ya poco le importaban, tal vez era mejor así, algo rápido y sin demasiadas explicaciones o exigencias. Se recostó junto a él y le pidió que le comentara como iba todo el papeleo. Nacho hizo una mueca de disgusto y le explico entre resoplidos y con el ceño fruncido, como si realmente estuviera contrariado, que el jefe sospechaba, que le había hecho algunas preguntas comprometedoras y que de momento tendrían que tener paciencia, que era cuestión de algunos meses más, y le repitió varias veces y con contundencia que estuviera tranquila porque estaba segura mientras los demás supieran que era su preferida. Pero Jana no le creyó, había oído esas palabras muchas veces, eran simples excusas, Nacho no pensaba ayudarla lo que sucedía es que no era capaz de decírselo.

Aquella noche no bajaría de nuevo al local, prefería dormir con el dolor de saber que sus planes se alargaban en un tiempo indefinido, con el amargo sabor de que los amaneceres entre aquellas paredes serían más de los previstos. Sintió el engaño de Nacho, ya no podría contar con él y de nuevo tendría que volver a tejer una huida silenciosa sin la ayuda de nadie. Instó a Nacho a que volviera a la sala, que necesitaba estar a solas, y mientras se despedía de él escuchó la sirena de una ambulancia. Se irguió de un salto de la cama, sintió como el corazón trepaba, atravesó medio desnuda el pasillo, subió las escaleras y empujó la puerta de la habitación de Alexia. Manuel y algunos de los policías cercaban el cuerpo blanco y perfecto de Alexia, quien como una muñeca desmadejada yacía en el suelo de la habitación. Quiso empujar uno a uno, acercarse a acariciar y acunar a su niña pequeña, pero no la dejaron. Intentó hablar pero una punzada en el estómago la obligo a girar la cabeza y vomitar mientras oía a Manuel y Antonio como explicaban que la habían encontrado así, que últimamente no sólo consumía coca, sino al parecer también heroína, y aquella noche se había pasado con la dosis.

La ira, la rabia, mientras la veía yacer en esa camilla que la iba a transportar al hospital aumentaba mientras miraba la carretera y las luces intermitentes de la ambulancia. Sabía que Manuel era quien le suministraba, esta vez podría salvarse, pero cuántas más harían falta. No Alexia no puedes dejarme sola le gritaba, no Alexia yo prometí sacarte de aquí, no Alexia te llevare de vuelta a Kiev, a tu hogar, al nuestro, pero allí tampoco permitiré que nadie más nos haga daño. Si no quieres volver, empezaremos de cero, sin miserias fuera de la crueldad de tu mundo y el mío. Mientras Jana lloraba lágrimas en silencio, Manuel comentaba de forma fría a sus colegas de la policía que Alexia ya suponía para él un problema, estaba demasiado enganchada a las drogas, es más, les susurró, que ni siquiera le complacía en la cama.

Jana se encerró en su cuarto, lloró, chilló en silencio. Iré a buscarte Alexia y te sacaré de ahí, recontó sus ahorros, se vistió con lo primero que encontró y se acuclilló como un ovillo en la cama mientras esperaba el amanecer para entre las brumas desaparecer. No esperaría más, no le importaba el riesgo, el no tener papeles, ahora todo carecía de sentido, su objetivo sería esperar a que Alexia se recuperara, mientras tanto ella permanecería escondida en cualquier lugar y después marchar, huir. Quería redescubrir a Jana, al mundo que le había ignorado, quería disfrutar de la belleza de ahí fuera que al parecer existe y algunos cuentan, tenía derecho a ello; seguro Alexia, seguro que podremos hacerlo.

Esperó a que el impacto de los sucedido adormeciera la mente de los culpables, a la soledad de la sala principal del club, y a que Antonio se hubiera refugiado con Manuel en algún lugar para engañar a sus conciencias. Entonces, cruzó la sala, respiró el aire frío de la madrugada y salió. La sombre de una figura esbelta de largas piernas y melena rubia se dejaba entrever entre la niebla del amanecer en una carretera secundaria, la mirada perdida, y como equipaje un bolso lleno de miedos, eso sí, su destino más inmediato estaba claro: Alexia.

sábado, 2 de mayo de 2009

Mi verdadera pasión: mi hija



He escrito de muchos temas, pero nunca he revelado cuál es mi verdadera pasión: mi hija. No hay amor más desigual, más sufrido y más desinteresado. Eso lo saben todas las que son madres, y porqué no, también las que son hijas.

Hay una pregunta muy típica que nos suelen hacer, ¿ cuál ha sido el día más feliz de tu vida ?. Está comprobado que la mayoría contestamos, “el día que nació mi hijo/a”. Pero mi amor no es ciego, y procuro no tener una venda en los ojos. Mi hija tiene defectos, claro que sí, y se equivoca muchas veces. Y yo también muchas, muchas, me siento impotente.

Mi hija fue pesada hasta para nacer: 24 horas de parto y 48 renegando. Ya anunciaba que se iba a hacer notar, y que Cristina sería siempre Cristina. Fue mala comedora, inquieta, mala, mala de verdad, cuando menos te lo esperabas, zas¡¡¡, una nueva trastada¡¡¡¡.No durmió una noche entera hasta que tuvo 6 años Luego estuve unos meses acostumbrándome a que por la noche “se puede dormir de un tirón” y que incluso puedes llegar a dormir 8 horas seguidas¡¡¡¡¡¡. Ya ni me acordaba.

Todos los lunes teníamos pediatra y así durante años. El médico y yo nos hicimos íntimos y la sala de estar mi lugar “ideal” para pasar las tardes de los lunes. Ha sido una de las niñas que más pronto entraba a la escuela y que más tarde salía. Pero yo aprendí a no sentirme culpable por esto. La verdad es que se acostumbran y se amoldan a todo. Se hizo amigas de las hijas de “ madres que llegan tarde porque tienen que compatibilizar horario colegio con el del trabajo “. No os podéis imaginar cómo eran capaces de pasar esos ratos incluso en las tardes de invierno en un patio solitario donde las únicas que quedaban eran ellas.

El parque del barrio y yo convivimos durante muchos años. Vi pasar todas las estaciones, conocía las inscripciones de los bancos, los corazones que marcados en la madera que se iban borrando conforme el tiempo pasaba. Me hice amiga de “madres que van al parque con sus hijas “. También de esta situación procuré sacar la parte positiva, qué remedio¡¡¡ De hecho continúo reuniéndome con ellas en las famosas “tertulias de los viernes en el Barralet”. Ahora algunos de esos niños ya están casados, otros separados, otros buscando trabajo. Tenemos de todo.

Llegó un día que me dijo: “mamá voy a ir al parque yo sola”. Vaya, ya no me necesitaba. Empezaba a reclamar lo que ya sería habitual, sus parcelas de independencia. Y yo dejé de bajar al parque, pero pasé a hacer otras tareas de madre. Me convertí de tertuliana en taxista. Empezaron las primeras salidas al centro comercial del barrio, su primera película sin mí, y uno de sus primeros pasos importantes de independencia que todavía recuerdo. Un día me dijo que se iba al centro con el autobús. El barrio se les quedaba pequeño. Ahora me hace gracia, pero en aquel momento cuando me lo dijo, el centro de mi ciudad que tan bien conocía, pasó a convertirse en una jungla con los peores peligros acechando en cada esquina. Qué susto, por dios¡.

Mi nueva faceta de taxista se unía a otra, “investigadora sobre las amistades de mi hija”, hasta donde ella me dejaba, claro. Los trayectos eran cada vez más lejanos, las amistades más amplias, los tiempos que no estaba en casa más largos, hasta que llegaron las salidas nocturnas. Y te van convenciendo de forma lenta, progresiva y sutil de hoy hasta las 12, después hasta la 1 de la madrugada y así.... Entonces inventé mil maneras de no dormirme hasta la hora de recogerla. Qué imaginación hay que tener en esas primeras salidas nocturnas para luchar contra el sueño¡¡¡¡. En mi faceta de taxista también hice buenas amistades. Las hubieron de todos los tipos, los que pasan y mejor si tu recoges a todas, y los sufridores con los que puedes repartirte buenamente esta nueva tarea.

La fase de taxista dura por lo menos hasta los 18 años. En ese momento, o bien tu hija o algún amigo/a se saca el carnet. Ahí comienza otro tipo de sufrimiento; hasta que llega una noche que te duermes y tu misma te mentalizas que así no se puede vivir, que tendrás que recuperar tu sueño normal, que ya llegará y mucha suerte, porque así no puedes continuar. Yo siempre le decía que me despertara cuando volviera. Así lo sigue haciendo. Cuando llegaba empezaba con otro oficio, “detector de olores diversos”. Agudicé el olfato hasta límites insospechados, y hoy en día lo sigo teniendo muy desarrollado. Olores de tabaco, alcohol o lo que fuera. Eso sí con mucha discreción, porque como lo noten te mandan a cierto sitio y se acabó la inspección.

También en esta época aparecen los “intrusos”. Son novios que después de un tiempo prudencial empiezan a aparecer por tu casa. Unos te gustan más, otros menos, pero tú no te metas, ojo¡ con decir algo claramente porque entonces se pegan al intruso como una lapa. Yo he tenido dos “intrusos”. Ahora estamos en el tercero. Este sí me gusta. Pero los anteriores si hubiera podido los hubiera borrado del mapa de forma instantánea. Está claro que no podía, pero puyitas si que dejaba caer, eh¡¡¡. Según mi hija puedo hablar cuando ella quiere y hasta donde ella quiere. Claro, yo no le hago ni caso. De ahí que llevo añadido a mi nombre el de “pesada”. Qué palabra tan fácil de decir, les sale en cualquier momento y en repetidas ocasiones: PESADA¡¡¡¡¡¡. Ellos trazan una línea, “de ahí no puedes pasar”. Si algún día están habladores, hay que aprovechar, porque al día siguiente puedes encontrarte con una de sus respuestas habituales, “es mi vida privada”. Y ya estamos, sequía informativa.


Ahora bien, no pertenece a su vida privada que les soluciones los problemas cuando ellas ya no saben qué hacer. Ahí cruzan la línea, y vuelves a ser visible y su madre. Con los móviles y las famosas perdidas (que al final son un pastón porque te las hacen para que tú les llames) tienes línea directa con ellos cuando quieren y pueden cogerlo. No siempre es así eh¡¡, porque mira que somos inoportunas¡.

Cuando suena el móvil y aparece la voz diciendo Crrristina, Crristina, y no estoy en la “ franja horaria de madre”, los pelos se me ponen de punta. Ya estamos, un problema¡. Haces unas semanas me preparaba para pasar una buena mañana de sábado soleada visitando el mercadito, que me gusta mucho ir. Iba en mi coche tranquila, escuchando a Aimaia Montero, y empezó a sonar la voz del tipejo extranjero diciendo Crsssitina, vaya, qué pasa?, ella contestó : “tengo un problema”. Tres palabras importantes. Uf¡¡¡, qué problema?. Sólo os cuento que mi mañana de sábado no fue ir al mercadito sino a rescatar a la amiga de mi hija que la acompañaba a la peluquería porque estaba en una calle de Valencia sujetando la puerta de mi/su coche. Se había roto la puerta y mientras ella estaba en la peluquería por no peder el turno, la amiga estaba de “sujetapuertas”. Llegué, subí una manecilla y la puerta se cerró; caray¡, cómo me admiraban¡. En esos breves momentos mi hija me consideraba una superwoman. Pero se olvidó pronto, eh¡¡¡, no os engañéis.

Para mi hija hay unas temas que ella llama “ mi vida privada”; esta esfera de su vida incluye más o menos aspectos, según le interesa, y yo entonces tengo que ser invisible. Además de invisible como dice que soy su madre “tampoco necesita estar muy pendiente de mí “, ya que yo ya tengo que saber que me quiere mucho. Eso se da por hecho. Parece mentira que yo no lo sepa, jo ¡¡.

Pasamos épocas que nos separa una sima, pero siempre hay una cuerda que nos une. He pasado por amores y desamores. Por la típica frase cuando ha sufrido un desamor de “no lo podré olvidar nunca”. Tú sabes que es cuestión de tiempo. Pero el tiempo en esos momentos juega contigo y se ralentiza hasta lo exasperante. Yo a alguno lo hubiera colgado cabeza abajo. Pero no puedo ir por ahí de terrorista. Lo único que quiero es que sea feliz. Que fácil parece eso, verdad?, pues no ¡ porque nadie nos enseña a educarlos y criarlos, lo hacemos por puro instinto.

Muchos momentos buenos y malos. Yo me quedo con los buenos. Además, qué facilidad tenemos para olvidar los malos. En la cadena en forma de bucle del ADN deben haber unos genes que dicen que “nos portemos así las madres”, con manual incluido sobre conductas y demás que repetimos todas.

Mi hija me dedicó en su blog una bonita canción, “la mujer que mueve el mundo con sus manos”, todo ello después de una época de “tormento sentimental”, tal como ella describía; más que tormento era un nudo con muchos nudos añadidos y hasta que se desató tuve que especializarme en “nudos marineros”. Bueno, pues un día cuando este “tormento” empezaba a amainar, y yo había recibido más coces que besos, me dedicó este vídeo donde me daba las gracias más o menos sobre mi apoyo en ese mal momento. La verdad es que fue un detalle. Ahora parece que estamos en periodo de paz. Cada vez camina más sola, madurando y aprendiendo. Pero eso sí, tu siempre estas ahí: la “ley máxima” de ser madre. Si has dejado poso, volverán porque aunque parezca mentira se les queda lo que poquito a poco has ido sembrando. Espero y deseo que sea así. Porque sino, a veces es para tirar la toalla.Yo me quedo con todas las alegrías y pienso que soy afortunada. Los problemas que he tenido que vivir son pequeñas tonterías.

martes, 28 de abril de 2009

Volverás a respirar la primavera

Ahora estás en ese punto donde la vida se resume en un túnel donde no aparece la luz y el aire que se respira cuesta renovarse. Quisieras esconder la cabeza entre las piernas y como un ovillo dejarte balancear y esperar, esperar a que todo pase. Que las lunas suceden a los días mientras tú no lo miras. Sólo deseas que como un suspiro todo se resuelva sin ser tú el protagonista. No te importan los relojes, ni las risas, no quieres conversar ni dejar tu huella sobre nadie. Sólo quieres el silencio y mantenerte en esa postura segura que da el rechazo al movimiento de la vida. Los demás son desconocidos y el futuro se tiñe de preguntas, incertidumbres, hasta que de nuevo quejoso lo cierras como lo haces con tus ojos.

Qué importan mis palabras en esa cafeteria de la Barceloneta, repleto de toldos que desembocan en barcos anclados como tú en un pasado que por mucho que quieras no volverá. Te repito una y otra vez que vales por ti mismo, que te animes, pero a veces las palabras resbalan en tus oídos, las oyes pero no las escuchas, son sonidos iguales que parecen no entender lo que tú sientes. Giras la cabeza y no quieres que mis palabras crucen el muro que has construido para que la vida no te haga más daño. Pero eso, mi pequeño, es engañoso, no hay muros, ni cercas, ni burbujas que la vida no consiga traspasar. Sí te animas a reunirte con todos los demás, si intentas comenzar a respirar por ti mismo, será la mejor decisión, de lo contrario el rencor se instalara en ti, el olvido de los sentidos, la desmemoria de la belleza de lo cotidiano.

Una y otra vez te repito que todo pasará, que saldrás adelante, pero te cuesta creértelo. Me canso de mi tenacidad, me canso de oír mis mismas palabras. Nadie inventó un lenguaje especial para reparar el corazón herido. Engañado tú por el juego de la vida, engañada yo por intentar que comprendas sus reglas cuando nadie te las enseñó.

No puedo hacer otra cosa, mi chico sólo decirte que es algo tan cierto como que a la noche le sigue el día, como que al invierno le sigue la primavera, y que nadie puede parar eso. No intentes parar el tiempo, yo te digo esto porque los años me enseñaron que una vez cada uno de nosotros echa sus cartas la rueda de la fortuna se pone en marcha y por mucho que te cueste, seguro que volverás. Saldrás adelante, pasarás página, volverás a ver luz donde antes todo era confusión y caos.

Pero antes de que llegue ese momento es normal que pases lo que los entendidos llaman “el duelo”, o el dolor, como tú quieras llamarlo. Tú tienes la suerte de que tienes gente a tu lado, para todo el mundo no es así. Gente que te quiere, que queremos verte bien, que queremos que vuelvas a sonreír y que sobretodo deseamos que vuelvas a comerte el mundo a bocados, que eres muy joven y te queda mucho camino por recorrer. En este punto tienes manos que te sujetan, tú tienes que intentar por ti mismo enderezarte, no te quedes en la oscuridad acuclillado, no te instales en el pasado y relamas tus heridas como un niño asustado. La vida hay que vivirla, la vida necesita coraje, la vida necesita que tú quieras vivirla. Pinta de colores tu vida, que no la pinten otros por ti.

Tienes un magnífico artista dentro que puede pintar de líneas armoniosas un cuadro de vida tal como quieres. Es sólo cuestión de que empieces a coger ese pincel y lo dirijas tú mismo. No dejes que nadie más lo haga por ti.

Saldrás de ese túnel, volverás a respirar la primavera, sentirás las sensaciones que ahora parece que nunca existieron, comenzarás a andar sin rencor, con decisión y no mirarás hacia atrás. Volverás a llenarte del olor del mar que tan cerca tienes, hundirás tus ojos en la luz del horizonte y sabrás que estás fuera de ese punto oscuro que te condenó a llorar.

Espero volver a ver esos ojos pardos llenos de lágrimas pero no por dolor, sino de satisfacción, de reír hasta no parar, de sentirte pleno. Y espero estar ahí para verlo

sábado, 25 de abril de 2009

Lucia y el motorista

Eran cerca de las cinco de la tarde. Los ordenadores se iban apagando, y Lucía se despedía de sus compañeros mientras miraba el paisaje de la cala de Po en Cantabria. El verano pasado había estado con su familia, desde entonces se detenía a contemplarla en esas tardes donde el hastío y la rutina le invitaban a abandonar su mundo, el real. No podía quejarse, a pesar de los casi quince años de matrimonio, no le iba tan mal. Por supuesto que la intensidad de los primeros años había quedado atrás, pero Víctor era un buen compañero. Las aficiones no coincidían y cada vez menos, pero había hecho lo que se esperaba que hiciera. Ni más ni menos. Trabajaba en lo que debía, había estudiado lo que más al alcance tenía y por supuesto fue madre cuando el momento marcaba la maternidad como el único hecho que podía llenar su vida.

Todo según lo previsto. Su vida marcada por el reloj con una puntualidad asfixiante. Sus deseos, sus anhelos iban quedando por el camino. Estaba ya tan distante de lo que soñaba una y otra vez. Incluso a veces se irritaba consigo misma porque no sabía lo que pretendía. Tenía lo que ella misma había ido construyendo, y no era poco. Pero esa tarde la punzada que a veces le asfixiaba era más intensa, y el aire se hacía más espeso y denso. Y miró el paisaje, mientras una sonrisa se dibujó en su cara. Si pudiera traspasar esa pantalla y estar ahora mismo ahí, alojada en ese hotel pintado de color azul turquesa como el mar al que miraba casi insolente desde una pequeña colina. Sólo unos días, tan sólo eso. Sin nadie, ella con su soledad, su maleta de pinturas, y una cámara para fotografiar todos los colores que reunía la bahía.

Cerró el ordenador, estaba sola en la oficina, se abrigó bien porque la tarde era fría y salió por el viejo portal a la calle donde la vida se abría de nuevo ante ella. Al cerrar el portal, se giró y vio una moto grande sobre la acera, casi no le dejaba pasar. Sobre ella, un chico o un hombre, no lo sabía. Llevaba el casco puesto y parecía que esperaba a alguien. Se subió el cuello del abrigo y rechinó los dientes, qué frío hacía, o era ella que sentía frió por dentro; sí, tal vez era eso. Avanzó unos pasos y oyó como una voz de hombre le llamaba:” Lucia “ Se giró, quizás un compañero, pero no había nadie conocido; es más no había nadie, solo el chico-hombre de la moto y ella. El motorista se levantó la visera del casco y entonces claramente le dijo: “ Lucía”.

Lo miró con los ojos entrecerrados; no, definitivamente sus rasgos no los identificaba. Pero cómo le gustaban esos ojos negros alargados e incluso pícaros, los había imaginado muchas veces, pero siempre en sus sueños, en sus fantasías. Estaba bien formado, parecía un cuerpo cuidado, y su voz sonaba tan dulce.

“Lucía, por favor, sube conmigo sé dónde quieres ir. Nos espera un largo viaje”, le volvió a repetir él . Lucía pensó que soñaba demasiado, y siguió caminando. Entonces se dio cuenta de que no había nadie en la calle, sólo estaban ella y el supuesto motorista; supuesto, porque estaba convencida que no era real. “Lucía, confía en mí, yo también quiero ir a ese lugar. Te llevo a casa, coges un pequeño equipaje y tu maleta de pintar. Solo necesitas eso”, volvió a oír. Como un autómata se giró, le miró de nuevo a los ojos y se dirigió despacio y vacilante hacia él. No era dueña de su de su cuerpo, era la víctima de una voz cálida que le invitaba a marchar, a huir como constantemente anhelaba ella.

Subió a la moto como si en su destino estuviera escrito que sería ella, Lucía, quien debía escapar de la realidad sobre ese medio, y esa moto el vehículo que le permitía volver a soñar. Como si el aire fuera su aliado y la carretera su camino, se sujetó con fuerza a su motorista. No quería volver a perder su tiempo en ansias y suspiros.
Cuando se acercó a su cuerpo para sentir la realidad de su sueño, comprobó que olía bien y que su tacto era cálido. Pasó de sentir ese frío interno que siempre la acompañaba a sentir esa brisa agradable que envuelve los momentos felices e intensos. Seguramente había traspasado alguna línea vital que muchos desconocemos y que confunde los sueños y los anhelos en realidades hermosas.

Pero daba igual, ya no le importaba nada, recogería lo importante, una nota escueta prometiendo volver, una excusa de unos días de trabajo fuera y marcharse; marcharse a aquella playa, a aquel pequeño hotel. Él le había dicho que sabía dónde quería ir, no pensaba preguntarle nada, sólo y por primera vez en su vida se iba a dejar llevar. Sentir su respiración, el haber escuchado su voz, sentir su tacto cuando le acarició las manos y sus ojos pícaros, era suficiente.

Con destino a dejar mecerse entre las olas del tiempo, con destino a fundirse en sus sentidos, con destino a cruzar el umbral de la monotonía, con destino a amar los momentos, a dejarse guíar por sus latidos. Estaba segura que sólo serían unos días pero no lo pensaba dejar escapar. Tan sólo le preguntó cómo se llamaba, y él riéndose le contestó: "como tú quieras", y Lucía le dijo susurrando: “ no perdamos más tiempo, pronto anochecerá y será un día menos contigo”. La moto aceleró y se perdió en una tarde clara. Por primera vez se sintió plena, sin frío, feliz.


miércoles, 15 de abril de 2009

EL AMANTE

Se revolvió entre las sábanas lentamente con miedo a despertarlo y romper el encanto de lo que entendía como la mejor manera de dar la bienvenida a la luz y a los amaneceres cálidos. Miró hacia la ventana, la mañana ya clareaba, se oían los primeros pasos de aquellos que como ella se sumergían cada día en esa marea que ahora marcaba como un muro entre lo externo y aquel pequeño espacio, el suyo y el de su amante. Y los imaginaba deambulando por la vida perdidos buscando de forma tenaz y a veces absurda lo que ella ahora poseía.
Comprendía muchas cosas que hace tan sólo unos meses desconocía. Pertenecía a ese mundo de los que miran el amor a través del cristal. Había sido durante muchos años lectora empedernida de historias románticas que deleitaba con envidia y cierto resentimiento. Culpaba su vena sensiblera a su niñez envuelta en personajes de cuentos con hermosos príncipes y dulces amadas; culpaba a las miles de películas que embebía, creyendo que sólo eran un espejo opaco donde su vida jamás se reflejaría.
La adolescencia y la juventud se habían ido deslizando entre desengaños y amores efímeros que nunca franquearon la puerta de un corazón blindado contra lo cotidiano. Pero seguía devorando historias que mezclaran lo humano y lo irreal en unas vidas frenéticas donde cada respiro de aire era por amor. Un amor que la enloqueciera, le cambiara el color de las cosas más cotidianas. Y así pasaban los inviernos y las primaveras, mientras sentía que había sufrido el engaño de una sociedad pobre que inventaba las auténticas emociones para compensar la infelicidad.
Casi sintió que el amor se le volvía a escapar, que el pesimismo le invadía mientras oía los pasos de alguien que en el piso superior se despertaba como ella; El pasado le jugaba malas pasadas, le hacía más pequeña su memoria y le incitaba a olvidar lo que cada uno de sus días vivía. Se desprendió de la tristeza de sus años de alma solitaria, mientras volvía al presente, al ahora eterno, a enredar con sus dedos las sábanas cálidas de una noche de amor.
Por fin descubría que se podía anhelar escuchar la respiración y tan solo esperar eso. Se volvió y lo miró con detenimiento. Pasaría horas en silencio contemplando su rítmico y lento respirar. Le olió, olió su aire. Era la sensación más dulce que hasta ahora había sentido su pequeño corazón. Quería impregnar cada una de las partes de su frágil cuerpo del aire que desprendía su amante. Jamás imaginó lo que supondría mirar en silencio el perfil nada cercano a esa perfección engañosa que tantas frustraciones produce.
No, su amante no era bello según esos cánones tan dictadores y absurdos que nos imponen y nos someten. Su amante tenía la perfección de la dulzura de saber encontrar la fórmula para detener el tiempo en un suspenso solo llenos de impulsos de abrazos y besos, con el sabor dulce de la complicidad para escuchar un te quiero rodeado de su cálida mirada. La perfección de escuchar de sus labios susurros mientras el futuro se entretejía en la comprensión de entender la vida con la misma mirada. Dialogar sin hablar y ser capaces de entenderse, revolverse en su regazo y sentir la calidez de la vida. Abarcar con sus labios toda su esencia, su mundo. Entretejer con sus manos entrelazadas un futuro sin esperas, sin miedos. Y acariciar cada rincón de su cuerpo reconociendo su humanidad, sonriendo mientras se deleitaba en despertarse junto a él con la complicidad de tantos amaneceres como a la vida le robara.
Hundió sus manos entre el pelo negro y ensortijado en un intento de eternizar aquel momento mientras dejaba descansar su oído sobre el corazón de su amante, sorbiendo su mirada y sus pequeños ojos que sabían mirarla sólo a ella. Se detuvo en sus manos grandes que podían deslizarse por su piel como una pequeña pluma que escribía en cada rincón de su piel un mensaje secreto entre ellos, donde pactaban estar juntos en cada momento en el que relataran su vida.
Se acercó a su oído y como un soplido le agradeció su ayuda a comprender el significado de amar a alguien más allá de todo, más allá de los demás; gracias por crear ese pequeño rincón de los dos, exclusivamente de ellos donde podían respirarse, anhelarse, entenderse y jugar a amarse, fundiendo dos almas que un día estuvieran perdidas; esa era la única y exquisita finalidad.
Al fin te encontré, sólo quiero que seguir por esta vereda de aire fresco y luna blanca, donde los pasos son más ligeros y claros. Quiero apartarme del frío de fuera. Es nuestro mundo y quiero que siga así, continuar añorándote un día tras otro.Se deslizó fuera de la cama, se vistió en silencio y por último le besó. Mi adiós es un pequeño intermedio, volveré a tu regazo, a tus labios dulces, a entretejer con tus manos el tiempo. Espérame, en tan sólo unos breves instantes te sabré encontrar de nuevo.